Esta historia ocurrió en el año 1820. Su protagonista es Mortis, quien era un hombre de 35 años rubio y alto, medía 1.86cm, con ojos azules, cabello corto y liso, una barba igual de amarilla que cubría parte de su rostro, dentadura perfecta, delgado pero no exageradamente, era un terrateniente del sur de Texas, pertenecía a una familia pudiente de la época, vivía en una gran casa con su esposa y tres hijos pequeños, había heredado una gran fortuna de su hacía poco fallecido padre, incluyendo varios esclavos provenientes de Haití, eran su mayor orgullo, trabajaban en la finca que poseía, sembrando hortalizas, limpiaban su casa, hacían su comida, planchaban su ropa y todo cuanto ellos quisieran, la familia se enorgullecía de tratar muy bien a todos sus sirvientes, se vanagloriaban de permitirles comer 3 veces al día, vestirlos con nuevos harapos cada mes y dejarlos descansar durante una hora en la tarde, pues comprendían que la raza negra era perezosa, al menos así pensaban Mortis y su bella y rubia esposa, vivían el verdadero sueño americano.
Pero las cosas no son siempre como parecen, a este religioso hombre lo inquietaban constantemente pensamientos degenerados, cruzaban su mente imágenes de actos sadomasoquistas con sus esclavos, y lo que era peor, específicamente con los machos. Poseía en total 6 negros, 4 mujeres, una joven muy callada y seria que se encargaba de las tareas del hogar, la madre de la chica, quien con su hermana menor hacían todos los días la comida, otra hembra que no pertenecía a la familia pero que les ayudaba en lo que fuera necesario; por otro lado estaban el padre y el hijo, dos hombres altos y musculosos, el mayor con 43 años, el joven de 22, eran ellos los que sembraban y cosechaban los cultivos, Mortis no notaba diferencias mayores en sus facciones, para él la única desigualdad entre los machos negros eran las arrugas en la cara de Aristóbulo, lo que lo diferenciaba de su hijo Ezequiel, pero ambos tenían una nariz grande y gruesa, dientes amarillentos, orejas grandes, espaldas y brazos desmesuradamente anchos, unos culos gruesos enormes y piernas torneadas; con la excusa de supervisar su trabajo, el blanco pasaba horas mirando a los machos debajo del sol sudando, mientras sus harapos finos de color blanco amarillento sucios de tierra se quedaban pegado a sus pieles, los penes de ambos hombres sobresalían en sus entrepiernas.
Aristóbulo y Ezequiel trataban siempre que podían evitar cruzar la mirada con cualquiera de la familia, pero especialmente con Mortis, tenían mucho miedo de encontrárselo a solas, pues el hombre siempre los golpeaba en sus genitales, a veces directamente, otras veces hacía que pareciera un accidente, como si los negros fueran tan estúpidos que no se dieran cuenta, el padre le decía a su hijo que pese a todo lo que este hombre hiciera debía permanecer impasible. Cuando a Mortis le parecía que los negros trabajaban lentamente o hacían algo que lo irrespetara, con un látigo los golpeaba en sus penes, a veces cuando se los cruzaba en el pasillo, les daba manotazos en su entrepierna sin previo aviso, lo peor era cuando los encontraba arrodillados o en cuatro mientras sembraban, el blanco aprovechaba para agarrarlos desprevenidos y los golpeaba con cualquier objeto por detrás, luego se reía y les decía que era solo una broma, pero el dolor que ellos sentían en sus gónadas era muy real.
Las cosas llegaron a otro nivel una tarde de abril, los dos negros fueron sacados de sus labores por el hombre inesperadamente, y los obligó a ir a un cobertizo alejado, donde guardaban objetos viejos de la familia, una vez allí, el hombre rubio tomó una soga y ató mirándose frente a frente a ambos machos, quienes se miraban a los ojos con cara de preocupación y hablaban entre ellos en su idioma nativo, Aristóbulo le dijo a su hijo que pasara lo que pasara, estarían bien, solo debían someterse a su amo. Las sogas cruzaban los gruesos bíceps de ambos hombres, atadas a dos vigas que iban desde el piso hasta el techo del lugar, sus piernas estaban abiertas de par en par, igualmente inmovilizadas con cuerdas.
Mortis observó la escena por unos segundos, luego se acercó a una mesa y tomó unas tijeras.
-Dios, perdóname por lo que estoy a punto de hacer – dijo en voz alta pero para sí mismo.
Se acerco primero al jovencito negro amarrado a la viga, y comenzó a cortar sus ropas con la tijera, lentamente, primero su camiseta blanca sucia, el olor a sudor le inundó su cabeza, y rápidamente notó que una fuerte erección sobresalía en su pantalón beige clásico, mientras cortaba, observo las tetillas del joven, levantadas y duras que adornaban unos fuertes pectorales de chocolate, el hombre se acercó y lamió sensualmente en forma circular, luego bajo su lengua por el abdomen del chico, quien solo tenía cara de enojado, pero no decía nada mientras el blanco llenaba de saliva su torso, deteniéndose de vez en cuando para darle tiernos besos al muchacho; luego de varios minutos se detuvo y se paró erguido, mirando fijamente al chico iracundo a los ojos negros, entonces le propinó un rodillazo en la entrepierna, sintió el largo pero flácido pene del chico en su rodilla, este gimió e intentó arrodillarse, pero las cuerdas que lo sostenían se lo impidieron, siguió golpeándolo en sus genitales por varios minutos, con la rodilla y también con su pie, lanzando patadas al aire, el chico soportó un rato, pero pronto el dolor era tan fuerte que comenzó a llorar, su padre desde unos metros al frente gritaba cosas inentendibles a el blanco sádico, quien para este punto había pedido ya la cordura, en un momento se sacó su paquete y comenzó a masturbarse mientras con su otra mano golpeaba al chico en su orgullo, finalmente se detuvo, desabrochó el pantalón del chico y se lo bajó, dejando ver un miembro de 17 cm casi morado y grueso, sus bolas grandes y redondas colgaban detrás visiblemente heridas, Mortis las tomó con su brazo, y con todas sus fuerzas las retorció hacia abajo, causando que el negro doblara sus piernas hacia el piso lo más que lo dejaban sus ataduras, sin poder respirar, un rato después, el sádico las soltó, se volteó y caminó hacia Aristóbulo.
El hombre miraba al alto blanco sin decir ni una palabra, solamente esperando su destino, a penas estuvo a su lado, este comenzó a patearlo fuertemente en sus bolas repetidamente por varios minutos, con puntapiés constates, causándole un dolor terrible, el peor golpe que recibió fue cuando la punta del pie del hombre aplastó contra la viga sus testículos, en ese momento no lo sabían, pero el testículo izquierdo del hombre se reventó, explotando dentro de su sacó testicular, esto hizo gritar al negro como un desquiciado, lo que causó que Mortis perdiera la paciencia y le diera varios golpes en su cara, dejándolo con una fuerte hemorragia que nacía en su nariz. El abusador tomó las tijeras y precedió a cortar las telas del amarrado esclavo adulto, dejándolo desnudo, un pene aún más largo que el de su hijo se asomó, y los testículos sangrantes deformes aparecieron igualmente. Mortis tomó una cuerda larga que amarró al rededor del miembro de Aristóbulo, y luego se acercó hacia su hijo, amarrando el otro extremo al aparato reproductor de este, y sin ningún remordimiento, comenzó a halar la cuerda, alejándose cada vez más de los dos hombres, lo que causaba que la soga se estirara, halaba dolorosamente ambos testículos de los inmovilizados negros esclavos, estos gritaban y lloraban desgarradoramente, mientras que su amo blanco tenía los ojos brillantes y sonreía impresionado con la visión de ver a dos fuertes animales totalmente vencidos, los musculosos negros no eran nada al lado de su cerebro más desarrollado, la cuerda era tan resistente y estaba tan bien amarrada, que cuando Mortis hizo un último gran esfuerzo y haló con todas sus fuerzas, ambos miembros se separaron limpiamente de sus portadores, y cuatro testículos y dos penes cayeron al suelo, mientras una cascada de sangre caía encima de ellos.
Comentarios
Publicar un comentario