Desde hacía días que la sociedad había estado tambaleándose, los disturbios ya se habían propagado por toda la ciudad, las protestas en contra del gobierno eran bastante radicales, ya nadie confiaba en ese sistema que imperaba desde hacía años, y mucho menos en los policías que lo defendían, estos uniformados parecían enemigos de las personas, en lugar de unirse a un cambio que también los hubiera favorecido a ellos, preferían enfrentarse a las olas de manifestantes que todos los días armados con piedras, molotov e incluso armas de fuego se arriesgaban a salir a las calles a defender sus derechos.
En una de las zonas más afectada por los disturbios, se encontraban aquella tarde un grupo de jóvenes, todos encapuchados, enfrentándose a un grupo de policías armados hasta los dientes y con protección excesiva, eran al menos 10 encapuchados, todos varones, con cuerpos bien definidos, aunque muchos de ellos delgados, algunos morenos, otros negros y un par blancos, a ninguno se le podía reconocer su cara, esto era algo que el grupo de 5 policías que estaba a unos metros de la misma calle les parecía una falta de respeto, ¿por qué si su lucha era tan justa, era necesario taparse la cara?, los policías eran todos altos, musculosos, fanfarrones, tenían un uniforme azul marino completo, con chalecos antibalas y unas botas negras gruesas que protegían sus pies, hombreras, rodilleras y de paso casco, había solo un punto sin protección en todo el traje, en el que nadie había reparado todavía.
Llevaban toda la tarde combatiendo, los protestantes tirándoles piedras y los policías bombas lacrimógenas y perdigones, pero en un momento, una señora mayor que iba llegando de casa de sus hijos, ve la escena y se asusta, pues su casa quedaba justo en medio de la calle donde ocurrían los acontecimientos, ella lentamente y con miedo se acerca a los chicos manifestantes y les pide que por favor la dejen pasar, ellos acceden y desde lejos le hacen señas a los policías para que detuvieran su guerra por unos segundos, señalando a la señora, los policías parecen entender y cesan fuego, dejando a la señora caminar tranquila por la calle, pero ella, antes de entrar a su casa les grita a los policía: - debería darles vergüenza, defender a un gobierno asesino-, los protestantes victorean a la señora y la saludan, pero la emoción es efímera, pues un perdigón alcanza a la anciana en su estómago y la hace caer, el oficial que había hecho tan ruin acto la mira desde lejos, se toma el paquete y lo zarandea asquerosamente, mientras con su otra mano les saca el dedo del medio a los protestantes, esto fue demasiado para ellos, 8 de los jóvenes se lanzan en contra de los policías, mientras dos se quedan rezagados ayudando a la vieja.
Moises, uno de los chicos que estaban encapuchados en ese momento, toma una piedra del suelo con su mano, es probablemente el más definido del grupo, mide 1.78 mts, a sus 19 años, tiene grandes brazos y cuadros en su abdomen, un culo definido tamaño normal, ese día tiene un blue jean ancho y como todos los otros, no lleva camiseta, es un vago, se dedica a robar y beber todo el día, pero también disfruta de luchar en contra de la seguridad del estado; pues bien, este vulgar joven levanta su mano y rápidamente tira la piedra que agarró del suelo con una fuerza increíble, mientras sus compañeros corrían hacia los oficiales, la piedra va en un trayecto casi recto e impacta con una puntería perfecta en los testículos de Hugo, el policía que agredió a la señora y justo había soltado su paquete para echarse a correr, el impacto hizo el que el fortachón policía, de 1.80 mts, moreno y con un culo y bulto gruesos se tapara sus genitales con ambas manos de nuevo, solo que ahora con un dolor que subía desde su entrepierna hasta su cerebro cada vez con más fuerza, sus 4 compañeros salen corriendo pues los encapuchados ya casi los alcanzan, dejando a Hugo ahí tirado, cubriéndose las bolas arrodillado.
-Denles en los huevos – grita Moisés a sus compañeros – es su punto débil.
Los 7 manifestantes pasan al lado de Hugo, uno de ellos se voltea y lo ve de espaldas apuntándolo con el culo, mientras se cubre sus bolas y con su cabeza en el suelo, este aprovecha y le da un puntapié con sus musculosas piernas por detrás al herido oficial, que lo golpea en el medio del culo, justo en su hoyo, ahora el suplicio del policía le llena toda su entrepierna. Moisés los alcanza.
-Ve con los demás, yo me encargo de este – le dice Moisés a su compañero, el cual asiente y sale corriendo detrás de los demás.
-No eres tan valiente ahora ¿eh?, veamos quien eres- Moises le quita el casco al oficial, es un señor de unos 45 años, moreno, con una cara muy masculina, mentón cuadrado, cejas y cabello negro y una mirada de odio en sus ojos.
-Maldito, esta me la vas a pagar- le dice Hugo al manifestante.
-No lo creo- responde Moisés, quien se acerca y le sacude su miembro por toda la cara, luego rodea al arrodillado oficial y mete su mano por debajo de entre sus piernas desde atrás, tomado los testículos de este y halándolos hacia su cuerpo a través del pantalón azul marino ajustado típicos de los oficiales, pero para sorpresa de Moisés, no hay nada más cubriendo las bolas gigantes de Hugo, no llevaba ropa interior ese día, al menos eso sentía, aprieta con fuerza ambos testículos con una sola mano, y con la otra saca un arma que llevaba oculta el mismo Moisés en su entrepierna, apuntando con ella a la cabeza del policía.
-Camina como el perro que eres, si no quieres un hoyo en tu cabeza- le dice Moisés.
El policía viéndose amenazado, comienza a caminar en cuatro patas, mientras Moisés un poco inclinado lo sujeta por sus bolas desde atrás, apretándolo para que vaya más rápido, retorciéndoselo cuando quería que se frenara, así le explica mientras le apunta con su arma, cada vez que Moisés halaba sus testículos hacia la izquierda, el oficial caminaba hacia allá, igualmente hacia la derecha.
-Por favor suéltame – decía el policía ahora con lágrimas en los ojos.
-Como quieras -responde Moisés. Le suelta las bolas, pero inmediatamente le da un puntapié hacia sus ya lastimados huevos, el policía cae completamente al suelo y se agarra la entrepierna, su cara está roja y sus ojos cerrados, con lágrimas cayéndole por sus mejillas, este macho patriarcal esclavo del sistema, es ahora un indefenso idiota a merced de un pendejo. Moisés le apunta con su arma a la cara de frente.
-Quita tus sucias manos de ahí – le dijo, el policía lentamente suelta su entrepierna y sube las manos.
Moisés se agacha , le quita las rodilleras y finalmente le baja el pantalón, efectivamente, no había nada entre el pantalón agua marina y su gran pene de 17 cm flácido y moreno, ni si quiera ropa interior, las bolas del oficial habían crecido 3 veces su tamaño, estaban más rojas que su cara. Moisés saca una pañoleta de su bolsillo y amarra las manos del oficial a un poste que estaba a un lado de la calle, dejándolo con los brazos extendidos, y sus piernas abiertas, con los pantalones abajo, al mismo nivel que sus botas negras militares.
Moisés se agacha y pone la punta de su pistola en las inflamadas bolas de Hugo, se ríe y lo amenaza con castrarlo, girando la punta de su arma por el pene y las bolas descubiertas. Pero en vez de disparar, se levanta y comienza a patear consistentemente hacia la entre pierna del oficial, primero da varias patadas seguidas, pero luego hace intervalos de 5 segundos entre cada punta pie, mientras el oficial grita, el manifestante ríe. Luego de 10 minutos se detiene y mira a los lados, no ve a nadie, así que se agacha nuevamente, levanta las piernas del oficial, y comienza a chuparle el hoyo con su lengua, dilatando el oloroso culo del cuarentón musculoso, lo muerde suavemente, a lo que Hugo responde con un respingo, y finalmente, el joven se baja el cierre de su blue jean para sacar una verga levantada de 19 cm, que acerca al policía y la introduce a través del recto de este, haciéndolo gemir sensualmente, el pene de Hugo se levanta igualmente, llegando a los 21 cm, ese macho musculoso, moreno y grande, se ve sucumbido ante los deseos del pendejo Moisés, ahí amarrado a un poste con las bolas moradas y un machito encima de él, al frente.
Finalmente Moisés acaba dentro del oficial, se levanta, pisa el pene del oficial contra su abdomen, de manera dominante, saca su teléfono y toma una foto de la escena, flexionando sus bíceps ante la cámara, luego lo guarda dentro de su bolsillo de nuevo, a punta hacia las moradas bolas del oficial, y aprieta el gatillo.
Al día siguiente en el noticiero en primera plana, se lee la noticia del día “5 oficiales fueron castrados por un grupo de manifestantes enojados”
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