Yilber siempre se consideró a sí mismo un alma libre, había encontrado la paz mental desde muy pequeño, lo sabía, siempre había sido una persona muy pacífica y emocional, lo cual a través de sus años lo llevo a explorarse a sí mismo por medio del Yoga, el cual practicaba constantemente y siempre buscaba una manera de hacerlo más espiritualmente, en su interminable búsqueda, se iba a lugares ocultos y probaba diferentes tipos de drogas que lo ayudaban a relajarse y concentrase mejor en la búsqueda de su Yo interior, a sus a penas 23 años, era una persona muy madura, serena y ecuánime. Físicamente era bastante atractivo, su cabello color cobre era grueso como paja, era más bien bronceado, tenía ojos café oscuros muy profundos, una sonrisa traviesa, su cara de verdad representaba muy bien la inocencia de sí mismo, con su nariz perfilada y sus labios suaves, no era precisamente musculoso, sino más bien grueso, probablemente porque no era demasiado alto, 1.70 cm, tenía algunos tatuajes en sus brazos y un árbol en el pecho, justo encima de sus tetillas, su culo era enorme y apretado, al igual que sus muslos y pantorrillas, sus piernas eran lo más atractivo de él, su miembro viril era de 18 cm, largo y ancho, pero lo más llamativo eran sus bolas, unas grandes y morenas bolas que colgaban en un saco lleno de piel, eran tan sensibles, que en ocasiones algunas posiciones de yoga le hacían doler los testículos y debía parar, sobándoselas un poco siempre.
Hacía poco había leído en una revista que hacer yoga al natural, era la única forma real de llegar a la iluminación, por lo que por la sugerencia del texto, tomó su alfombra, sus audífonos y se fue al parque botánico. Estando allí, se aleja de todos, se mete entre unos árboles y encuentra un espacio perfecto al lado de un río, oculto por varias rocas grandes, tira allí su alfombra, y se quita su ropa, dejándola doblada aun lado, toma una pastilla que tiene en su bolso, se arrodilla en el río, y con sus manos recoge agua de él, toma el relajante que siempre lo hacía perder la noción del tiempo, pero era muy bueno para meditar. Comienza su sesión de entrenamiento, haciendo posiciones extrañas con su cuerpo desnudo, abriendo sus piernas extendidas hacia el cielo, sus voluptuosos testículos apuntando hacia las nubes, y su hoyo expandiéndose al ritmo que abre sus muslos, luego cambia y se pone en cuatro, levantando sus pies uno a la vez, haciendo ejercicios de glúteos, también prueba de pie y doblando su espalda mostrando el culo a los árboles, por último, sube ambas piernas por encima de su cabeza, dejando sus bolas y pene totalmente expuestos, cierra los ojos, y pone sus manos en posición de meditación, estaría así por lo menos 10 minutos.
…
Alejandro y José eran dos carabineros
bastante desagradables, Alejandro era grandísimo, medía 1.92 cm de
alto, era muy grueso, su pantalón verde oscuro formal, propio de los
carabineros dejaba ver unos muslos gordos, adornados por un bulto
prominente y un culo redondo, era guapo, usaba anteojos, llevaba el
cabello corto y su piel era bronceada; Su compañero José, era mucho
más bajo, 1.75 cm, era muy delgado, excepto en su culo, naturalmente
el pantalón apretado de los carabineros siempre era ajustado en la
cintura, el de José aún más, pues le quedaban algo corto, su
voluptuosa entrepierna era lo que sobresalía de él tanto por
delante como por detrás, su cara era guapa, con grandes ojos café
claro, pelo castaño liso y una barba aún más clara que adornaba su
cara blanca. Ambos eran corruptos, violentos y no cumplían ninguno de
los reglamentos de la institución.
Hacía a penas unos minutos, habían tenido un inconveniente con un pendejo que estaba fumando marihuana en plena vía pública, un loco bajo y musculoso, con tatuajes en el brazo y el cabello castaño, al interceptarlo el loco miro a los carabineros y les dijo que ya se iba, pero ellos tomaron su pipa y la rompieron.
-Eres un pendejo desgraciado, dame tu bolso para revisarlo sacowea – le dijo el gigante Alejandro al chico, cruzando sus brazos, y mostrándole su gran paquete al chico, en posición de macho dominante, mientras José miraba a lo lejos a una mina rica que iba pasando muy distraído.
Pero el chico, de la nada, tomo con ambas manos los voluptuosos bultos de los dos carabineros, apretando los testículos a través del pantalón verde ajustado que llevaban, deformando su entrepierna y retorciéndola, la imagen era pintoresca, un pendejito bajo y drogado, tenía agarrado por las bolas a dos grandotes oficiales, aparentemente con una técnica perfeccionada, pues los doblo a los dos al instante, luego se levantó ágilmente de la banca donde se encontraba sentado y echo a correr, escaló la cerca del parque botánico y se perdió a lo lejos.
Ambos carabineros quedaron doblados cubriéndose el paquete por varios segundos antes de poder reaccionar, cojeando fueron tras el chico, escalaron la reja y lo comenzaron a buscar.
Revisaron por todas partes, pero no lo hallaron, se metieron por unos árboles y de repente el gigante Alejandro detiene a José con la palma de su mano, y señala silensiosamente a Yilber, quien se encontraba en la posición extraña con ambos pies detrás de su cabeza, completamente desnudo.
-Ahí está el pendejo – dice Alejandro, quien se calentó mucho con la visión.
-Estais wueon, ese no es el loco, no recuerdo ese tatuaje de un árbol, además de donde sacó esa alfombra – responde el delgado José - aunque debo admitir que el parecido es impresionante.
-Ya te digo yo que sí es, mira lo drogado que está, seguro encontramos su escondite- le dice Alejandro
Ambos policías se acercan muy silenciosamente a Yilber, cosa que no hubiera sido necesaria, pues el relajante y los audífonos eran la mezcla perfecta para perder toda consciencia. El alto Alejandro lo mira por unos segundos, se ríe, y patea con su bota militar los grandes y delicados testículos del chico, mientras José le sostiene los pies para que no pueda zafarse de la posición en que lo habían encontrado. El dolor tarda dos segundos en llegar al cerebro de Yilber, y cuando lo hace, casi llega a la iluminación por medio de él, un dolor que nunca antes había sentido, era como si cada uno de los nervios de sus prominentes testículos se hubieran triturado, abre los ojos y grita desgarradoramente, Alejandro sigue pateando alternando entre las bolas, el pene y el hoyo del chico, que estaban totalmente expuestos en la posición que se encontraba, lo hace unas 20 veces hasta que ya las bolas de por si rojas del chico, se vuelven tan grandes como una manzana, este llora y suplica cosas inentendibles, pues el dolor no lo deja ni hablar. José saca unas esposas y encadena los pies de Yilber ahí como estaban detrás de su cabeza, con sus grandes y gordos muslos hacia arriba, cruzando por su torso, y su entrepierna al fondo totalmente espuesta y magullada. Alejandro, se saca el pene a través de su uniforme, un gran miembro de 19 cm, largo y delgado, alza al chico sin ninguna dificultad, maniobra con él y lo voltea, dejando su hoyo al frente de su boca, saca la lengua y comienza a hacerle un beso negro. José al ver esto se saca su polla y comienza a masturbarse, es una polla blanca, también delgada de unos 20 cm, se acerca a su compañero y lo abraza, quedando Yilber en el medio, con su culo y bolas hacia la cara de ambos carabineros, y a su vez viendo a dos centímetros de sí, el gigante paquete del grandote con anteojos, ellos lamen juntos toda la entrepierna del chico espiritual, mordiéndole las nalgas y los testículos de vez en cuando, los penes de ambos policías se tocan en la punta cuando José se pone en puntillas, solo un poco más abajo de la cara de Yilber, que mira la escena horrorizado. Luego lo tiran al piso, lo suben encima de una roca al lado del río, y Alejandro comienza a penetrar al 20 añero, mientras pellizca sus testículos de forma dolorosa. José por su parte se sube el cierre, y se sienta en la cara de Yilber, haciendo que todo su olor de culo pase a través del uniforme a la cara del chico.
Al final se aburre, José le quita las esposas, Alejandro le da un último puntapie en los testiculos a Yilber tan fuerte, que los entierra en la pelvis, se sacan sus pollas, lo orinan por todo su cuerpo, especialmente en la cara, se suben el cierre y se van.
A lo lejos, el chico que golpeó a los policías se acerca, ve a Yilber ahí tirado, toma la alfombra, su celular y sus audífonos, y se va con sus cosas, dejándolo desmayado, desnudo y sin bolas al lado del río.
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